Ayer 30 de junio sobre las 5 de la tarde Wolffo ha muerto.
Se ha ido para siempre un trocito de mi vida, de la nuestra.
Wolffo era como yo, era el ser mas parecido a mi que he conocido, de mirada clara, honesta, cabezota, independiente, inteligente, cariñoso, y leal.
Wolffo era como mi familia. Como todos nosotros, y nosotros como él.
Eramos una manada y él era el único receptor de todas las caricias y atenciones. Todo el amor era volcado en él y el suyo en nosotros. Con todos igual, con cada uno distinto.
Conmigo vivía aventuras, aullaba y me quería tanto como yo a él.
Con mi familia vivía feliz en manada.
Llegó un día de hace unos ocho años a nuestras vidas.
Nos llamaron unos amigos informando que habían encontrado un cachorro de Husky de seis meses, y que si no lo queríamos lo llevarían a la perrera.
Imaginando un pequeño cachorrillo fuimos a conocerle.
De tamaño husky adulto (25 kgs de perro) encontramos a un cachorro asustado e indefenso que no se atrevía ni a mover y gruñía sin parar.
Su cara de lobo feroz, sus ojos blancos, su antifaz, sus gruñidos, y su mirada retadora impresionaba.
Su indefensión y reticencia a acercarse también.
Nadie sabía que hacer, cómo tratarle, parecía tan fiero que imponía.
Me acerqué a él despacio y empecé a hablarle como a un cachorro.
Me puse a su altura y seguí hablandole.
Él me miraba atento. Había dejado de enseñar los dientes.
Seguí tratandole como el pequeñajo en cuerpo de tipo grande que era.
Y empecé a acariciarle, y a jugar un poco con él.
Wolffo empezó a mover el rabito, primero despacio, y poco a poco mas deprisa.
Empezó a jugar conmigo perdiendo el miedo y dejándose querer.
Se acabaron los gruñidos. Se reconoció como el pequeño de la manada, y asumió su rol.
Le llevamos a casa en brazos. Estaba tan asustado que no quería ni andar.
Fue directo a la terraza y allí se quedó.
Poco a poco , a base de ponerle comida cada vez mas cerca de nosotros se fue acercando. Comía y corría a la terraza.
Pasaron varios días hasta que asumió la casa como suya también.
Para entonces ya era inevitable. Ya era de los nuestros.
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Si algo tienen los Huskys es un sistema jerárquico de la manada que no tienen otros perros.
Un Husky no tiene un amo, un Husky no es un perro, es un medio perro y medio lobo creado durante generaciones por los nómadas Chuckchis, que le hicieron como es: animal de manada, no de territorio, fiel, inteligente , y con criterio propio (una orden del hombre de avanzar tirando del trineo era cuestionada por los Huskys, que eran conscientes de que, si había hielo se tenían que detener: la desobediencia con criterio significaba la vida, la obediencia ciega la muerte).
Para convivir con un Husky hay que conocerlo, y entenderlo bien.
Wolffo era el tipo tan estupendo como parecía bajo ese aspecto tan impresionante.
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Wolffo llegó fiero, salvaje, pequeño y cabezota.
No era un perro cualquiera.
Reconozco que me costó un tiempo entenderle de verdad.
Al principio me agotaba su energía, su comportamiento dominante con la gente que venía a casa, que él entendía como inferiores jerárquicos a los que debía demostrar que él llegó antes y estaba por encima, su chulería con el resto de los machos... Lo reconozco, me agotaba su indisciplina, hasta que un día miré a mis familia. Estaban orgullosos de su genio, orgullosos de su esencia, orgullosos de que Wolffo fuera como era, tal cual.
Fue entonces cuando supe que no sólo él se había adaptado a nosotros, sino que ese animal estaba cambiandonos a todos.
Aprendimos a entendernos todos.
Él a nosotros y nosotros a él. E incluso, entre nosotros un poquito más también.
Al no intentar domarle, creció feliz y con un comportamiento ordenado y lógico, salvo instintos, que a menudo omitía haciendonos caso sin necesidad de gritos, ni castigos.
Entendimos que si le explicábamos serenamente las cosas hacía caso.
Llegó a entendernos también que si contase cosas pensaríais que miento o exagero, cosas como decirle a quien debía ir a buscar para el paseo de la mañana siguiente y a partir de que hora y él hacerlo tal cual.
A mi me entendía siempre, y sin tener que repetir las cosas las hacía, siempre que se las explicase.
Quien le conoció sabe que no exagero.
Quien le conoció sabe que era un perro increíble.
Wolffo, sin pretenderlo, abrió las puertas de la tolerancia y del cariño verdadero que estaban entreabiertas.
Aprendí año tras año a quererle en su esencia, a disfrutar de los momentos en su compañía, a reirme de las cabezonerías, a no recriminar lo innecesario, a no tratar de cambiarle, a compartir afecto, y así, de ese modo, ese modo de querer se fue extrapolando al resto de mi vida.
Fuimos cambiando todos. La manada al completo.
Recuerdo que siendo aun cachorro le llevé a ver la nieve por primera vez.
Recuerdo su sorpresa, su primer impulso de comerse las pelotas blancas que caían frías sobre él y su desconcierto al verlas convertidas en agua en su boca.
Recuerdo como de pronto empezó a correr como si llevase un trineo detrás, y su enorme sonrisa al reconocer el que ancestralmente era su medio natural.
Recuerdo cuando aullamos juntos por primera vez.
Recuerdo cuando le llevé a conocer el mar.
Era un gran tipo, este Wolffo, si Sr.
8 años ha estado en nuestras vidas.
8 años y medio tenía hasta esta tarde, en la que mi Wolffo, nuestro Wolffo, ha muerto.
Te echaremos muchísimo de menos, mi lindo, muchísimo, el perro mas guapo de todos, y el mas bueno.
Muy buen chico, Wolffo, has sido muy muy buen chico.
Adiós, mi perrito, y gracias por este tiempo que hemos compartido.
Ha sido un placer conocerte.
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